Relatos de lo excepcionalmente cotidiano

¿Y si tuviéramos marcos de interpretación de la realidad distintos?

viernes, 30 de diciembre de 2011

Lo que compone a una tortuga.

“Sólo son palabras, las palabras se las lleva el viento”. Y una mierda. Son palabras que se clavan y se quedan adheridas a todas las paredes, a cada uno de los rincones de esta casa. Puedes elegir ser tortuga y meterte en el caparazón si todo sale mal, incluso ser una maldita piedra inerte. Pero no implica que dejes de existir. Porque no puedes. Sino que serás un ser inerte, sin opinión, sin derecho a que se te escuche y además un espectador con amplias posibilidades de acabar en culpable. Y las palabras seguirán retumbando contra el caparazón, o contra la piedra. Y las malas vibraciones llegan. Se cuelan con cada una de las ondas que repercuten sin freno contra tu coraza dura, una y otra vez, incesante. Imparables. Y se convierten en rabia. Y te vas de casa. Piensas que la huida es la opción, que ya ha dado resultado otras veces, buscas refugio en otra piel, en otro amigo, en una carcajada y sí, te sientes aliviada, vuelves a ser tú, estás tranquila. Ignorante de que los gritos, los llantos, la desesperación, la jodida y dolorosa rutina de la desidia infeliz siguen allí. Pero tú estás fuera de esas palabras y alguien te pregunta por tu fuente de vida. Te sientes feliz por poder contarles lo que eres, y que además hay algo más. Un algo que nadie entiende. Que nadie comparte y que no piensas revelar. Pero que todo el mundo conoce y creen intuir lo feliz que te hace. Y es una rabia maravillosa de fuerza y energía la que empieza a recorrerte el cuerpo por pensar que su presencia vive en ti, que ante lo malo siempre podrás pensar en ese algo que te inunda, que solo es vuestro, que solo vosotros compartís, que nadie entiende. Es la rabia de amar. Que gana espacio y lugar a la rabia de tu rutina. Pero las rabias, al fin y al cabo, son primas hermanas, y se atraen unas a otras, y se tiñen, se mezclan, porque ambas son parte de tu vida. Y lo que era rabia de amar se convierte en rabia de incomprensión, de saber que eres feliz y que no lo comprenden, que tampoco quieres, y mucho menos, puedes explicarlo. Acabas confundiendo las rabias y terminan tomándote por loco. No es nada nuevo, pero con este elemento extraño resulta algo ya demasiado turbador. Demasiado cruel. ¿Acaso los enamorados están locos? Que te llamen loco por amar. Terminas por volver a ser una jodida tortuga, emprendes tu camino y cargas con tu caparazón. Por tu condición de reptil deberás cargar con ambas rabias, pero… algo has aprendido. Que sin la rabia de tu vida, esa que tú nos has elegido y que continúa en cada una de las paredes de esta casa y que te repercute hasta dolerte, no serías lo que eres. Y no sabrías distinguirla de la otra, ni mucho menos apreciarla. Que con el mismo componente de veneno, te hace feliz, te invade de fuerza y te remueve, te causa consecuencias y nadie lo entiende. Pero son tus rabias, tus motores, y pese a que su fusión no parece agradable, es inevitable. Y una paga por la otra, y otra por la una. Se hacen daño y te golpean. Pero te impulsan, son tuyas, son parte de ti. Tú eres esas rabias, la rabia del dolor, la rabia del amor. Tus componentes. Concluyes que sin tu quererlo, ambas se han terminado por necesitar, y, que si una de las dos desaparece, se rompería el equilibrio, una dolería demasiado, otra te elevaría a un sueño de irrealidad. Las consecuencias son incalculables, no podemos saber lo que seríamos si no fuésemos los componentes que nos aferran a la vida. Y no queremos, y mucho menos podemos, renunciar a nuestros componentes…yo, personalmente, nací tortuga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario