Relatos de lo excepcionalmente cotidiano

¿Y si tuviéramos marcos de interpretación de la realidad distintos?

viernes, 31 de mayo de 2013

Más cerca que nunca

Cada vez que pensaba en él recordaba la enorme sonrisa que se le dibujaba cada vez que se reía. Él tenía el don de hacerse reír a sí mismo, y la pureza de aquella sonrisa era tan contagiosa que uno no podía evitar reírse con tan sólo mirarle. Sin duda aquella inmensa sonrisa era lo más característico de ese rostro de tipo duro que acostumbraba a posar, pero, por el contrario, era el gesto más autentico que ella había visto en su vida. Hay sonrisas que salen del fondo del alma y que dejan ecos de alegría vagabundeando entre los recuerdos. Son ecos de luz que brillan a cada paso que daba por su torpe vida apenas empezada. Cada vez  que dudaba de su amor por él recordaba una frase que se clavó en el corazón tiempo atrás: “Me gusta reírme, pero cada vez que hago el tonto lo hago especialmente para hacerte reír a ti y así verte feliz; porque lo único a lo que verdaderamente aspiro al estar contigo es a verte disfrutar cada uno de los segundos que pasas a mi lado”.
Ella seguía sin creer aquello de que alguien se empeñara en querer hacerla feliz, que alguien quisiera seguir a su lado. El invierno había sido malo y las lágrimas abundantes. La primavera llegó con tormentas fuera de temporada y la pilló sin paraguas. Fue ya cerca del verano cuando pudo secarse las lágrimas y comenzar a desplegar las alas aun humedecidas de tanto temporal, pero para entonces ya era demasiado tarde. Ya había perdido un año, ya había gastado los pocos momentos juntos y ya tocaba despedirse de nuevo. Apenas unos días juntos sin problemas pasaron casi desapercibidos de no ser por esas fotos que grababan todos los instantes de emociones sinceras.
Tocaba despedirse en un reluciente día de sol, dispuesto a calentar el frío que sentía al verle marchar pero insuficiente para un vacío tan grande. Decir “te quiero” resultaba superfluo y decir “te amo” demasiado extravagante. Ella acostumbraba a decir “no quiero palabras, sino hechos”. Los hechos de ese año marcado por los hospitales hablaban por sí solos. Él no había dudado en acompañarla al hospital  ni un solo día ni en preguntar cada dos por tres a aquel fisioterapeuta cómo evolucionaba. Él había pasado horas calmando lágrima: “mi pequeña llorona” era un buen mote para aquella sobrecogedora situación. Ella era la obsesión de aquel tipo duro y ella tenía la fortuna de saberlo. Ella era todo lo que él quería y cada vez que le preguntaba: ¿Qué quieres que te regale? Él no dudaba en responder “tu amor”…La respuesta solía cogerla por sorpresa, pero más se sorprendía él cuando ella con toda seguridad contraatacaba: ”pero si eso ya lo tienes”… y así comenzaba de nuevo el ciclo.

Mañana estarán más cerca y más lejos que nunca y más separados pero más unidos de lo que nunca supieron.