Relatos de lo excepcionalmente cotidiano

¿Y si tuviéramos marcos de interpretación de la realidad distintos?

martes, 10 de septiembre de 2013

Reflexiones malditas I

-          Me pregunto si habrás hecho bien con la famosa elección misteriosa que dices haber tomado.
-          Creo que eso debería preguntarmelo yo.
-          ¿Y no lo haces? ¿No te has parado a pensar lo que te jugabas con esto?
-          Claro que me paré, y ahí estuvo el error…lo pensé demasiado. Debí haberlo hecho mucho antes.
-          Definitivamente nunca te entenderé.
-          Sabes, yo tampoco me entendí nunca a mi misma, pero no me preocupa, como no me preocupa si hice bien o mal y como no me preocupa haber abandonado a gente. Si estoy equivocada cambiaré de rumbo, total yo nunca fui de Machado ni creí en esos caminos que predijo el destino.
-          ¿Nunca pensaste en el destino? Mira que a mí me parece que tu vida es bastante fruto del destino y que las personas que te rodean tienen todas un por qué de estar ahí.
-          Chorradas tan inmensas como todo lo que reflexionas. Las personas van y vienen, con el amor y con la ilusión, pero también con el dolor. Sólo me limito a elegir y a asumir que tengo que vivir con lo que elegí.
-          ¿Qué coño es lo que dices entonces haber elegido entonces?

-          No sufrir y amarme por encima de todo y de todos.

viernes, 31 de mayo de 2013

Más cerca que nunca

Cada vez que pensaba en él recordaba la enorme sonrisa que se le dibujaba cada vez que se reía. Él tenía el don de hacerse reír a sí mismo, y la pureza de aquella sonrisa era tan contagiosa que uno no podía evitar reírse con tan sólo mirarle. Sin duda aquella inmensa sonrisa era lo más característico de ese rostro de tipo duro que acostumbraba a posar, pero, por el contrario, era el gesto más autentico que ella había visto en su vida. Hay sonrisas que salen del fondo del alma y que dejan ecos de alegría vagabundeando entre los recuerdos. Son ecos de luz que brillan a cada paso que daba por su torpe vida apenas empezada. Cada vez  que dudaba de su amor por él recordaba una frase que se clavó en el corazón tiempo atrás: “Me gusta reírme, pero cada vez que hago el tonto lo hago especialmente para hacerte reír a ti y así verte feliz; porque lo único a lo que verdaderamente aspiro al estar contigo es a verte disfrutar cada uno de los segundos que pasas a mi lado”.
Ella seguía sin creer aquello de que alguien se empeñara en querer hacerla feliz, que alguien quisiera seguir a su lado. El invierno había sido malo y las lágrimas abundantes. La primavera llegó con tormentas fuera de temporada y la pilló sin paraguas. Fue ya cerca del verano cuando pudo secarse las lágrimas y comenzar a desplegar las alas aun humedecidas de tanto temporal, pero para entonces ya era demasiado tarde. Ya había perdido un año, ya había gastado los pocos momentos juntos y ya tocaba despedirse de nuevo. Apenas unos días juntos sin problemas pasaron casi desapercibidos de no ser por esas fotos que grababan todos los instantes de emociones sinceras.
Tocaba despedirse en un reluciente día de sol, dispuesto a calentar el frío que sentía al verle marchar pero insuficiente para un vacío tan grande. Decir “te quiero” resultaba superfluo y decir “te amo” demasiado extravagante. Ella acostumbraba a decir “no quiero palabras, sino hechos”. Los hechos de ese año marcado por los hospitales hablaban por sí solos. Él no había dudado en acompañarla al hospital  ni un solo día ni en preguntar cada dos por tres a aquel fisioterapeuta cómo evolucionaba. Él había pasado horas calmando lágrima: “mi pequeña llorona” era un buen mote para aquella sobrecogedora situación. Ella era la obsesión de aquel tipo duro y ella tenía la fortuna de saberlo. Ella era todo lo que él quería y cada vez que le preguntaba: ¿Qué quieres que te regale? Él no dudaba en responder “tu amor”…La respuesta solía cogerla por sorpresa, pero más se sorprendía él cuando ella con toda seguridad contraatacaba: ”pero si eso ya lo tienes”… y así comenzaba de nuevo el ciclo.

Mañana estarán más cerca y más lejos que nunca y más separados pero más unidos de lo que nunca supieron.
                       

viernes, 29 de marzo de 2013

¿Quién eligió ser cobarde?


De todas las hostias que me he dado en esta vida la que más dolió fue la que no me perdoné. Fue aquella hostia que me di para recordarme que era idiota. Y a eso se le llama condicionamiento. Lo peor es que por si no fuera suficiente, no sólo nos condicionan en el colegio, en la tele, en la amistad, en el amor; lo peor es que nos condicionamos a nosotros mismos. ¿Acaso queremos autodestruirnos? Yo hace tiempo que decidí que el castigo no podía superar al daño. Que autodestruirse era de cobardes que no saben pedir perdón. Que no merecía tal castigo teniendo toda la vida a mis pies. Que basta con recordarlo y no repetirlo. Que el daño que hice servirá para que no vuelva a hacerlo a ningún otro ser humano y que sólo se avanza si se lucha. Sólo se gana si te reconoces humildemente en el espejo.

De todos los idiotas que conozco creo que el premio se lo merece el que no se perdona el error. El fallo. La juventud. La lagrima que provocamos. El daño causado. Pero ya está bien de castigarnos. Ya me cansé. Suficiente es tener los millones de etiquetas que me ponéis los demás. La cagué, tengo mal humor, el culo gordo y no como lechuga. Pues sí, pues vale. Pues un dedo para cada uno de los que creéis que me ofendéis. Para ofenderme sólo me necesito a mí. Y además decidí que no soy partidaria de los castigos. 

El aprendizaje es vivir, es madurar y es cambiar. Cambiar elimina el error. Encontré la manera de cambiar. Encontré como quería vivir, no cómo quería que me condicionaran. Encontré que el futuro valía más que el pasado y que si rompía con el castigo, rompía con la tristeza. 

martes, 1 de enero de 2013

Crónica de un contraataque



Querido,
Anoche me puse los tacones. Estuve toda la noche con ellos. Son los zapatos de la boda, los que me destrozaban los pies. Los grises y elegantes con plataforma. Los que te gustan. Anoche crecí. Creo que quizás demasiado. Chocaba con todo el amor que te profeso y con los ojos de otros hombres. Anoche por fin era lo suficientemente alta como para poder coger el dolor y lanzarlo. Siempre dices que yo no puedo ser mala. Pero ayer llegaba. Anoche me fallaron las formas, se me caía el vestido. No dejo de perder peso. Y seres humanos. Anoche hice daño en nombre del amor y del dolor. Anoche crecí. Anoche me querías y conseguí quererme un poco. Anoche me salió la vena reivindicativa. Y después estábamos en guerra. En ninguna guerra hay abrazos. Por eso no voy a la guerra. ¿Acaso no tengo derecho a un abrazo querido? Las guerras se pierden. Pero lo que yo no sabía era que si perdemos ambos no se puede abrazar ni despedirse. El dolor está caro. Pero anoche llevaba tacones y me hirieron. Me desequilibré y perdí las formas, y el vestido. Anoche fui a la guerra con abrazos pero resulté ser un objeto con el que se puede apostar. Resulta que soy en caballo y no lo sabíamos querido. Anoche todos sabían, todos menos yo, que llevaba tacones y no me enteré. Anoche era la guerra y no me habían avisado y contraataqué malherida. No quería hacerlo, pero me hirieron y tuve que defenderme. Anoche era una niña en un campo de hombres y aprendí que el dolor es caro. Nadie estaba en mi bando. Quizás el enemigo. Quizás no era una guerra, pero me atacaron cuando estaba tan tranquila disfrutando de tu amor y contraataqué  Sabes que llevaban hiriéndome un cierto tiempo, pero nunca así y yo en tacones. Nadie luchaba por mí desde hacía tiempo. Reivindiqué un trato igualitario.  Pero al igual no me lo merezco, o al igual no es igualitario. Vete tú a saber querido. Es un mundo de hombres la guerra. Cambié de estrategia, la oportunidad del todo o del nada. CREÍ MERECER LA MISMA PIEL QUE YO ME DEJABA EN LA GUERRA. Luché por nosotros. Querido, no entendieron nada, batallábamos en distintas guerras llenas de malentendidos y fue un desastre y me quité los tacones. Mis enemigos me perdieron y yo los perdí. Si me hubieran ofrecido la mitad de lo que yo les había dado hubiera negociado sin dudarlo. Querido, ¿tú crees que yo no merezco nada? ¿Crees que merezco tanta tardanza? Creo que no soy digna de este mundo y piensan que porque no dejo de adelgazar pueden seguir robándome el amor. ¿Es infinitivo el amor? El nuestro parece que sí, y parece que el que yo debo dar por supuesto. Pero, querido, ¿nadie me debe nada a mí? Sabes que os doy todo a cambio de muy poco. Pero ni ese poco me concedieron. Me atacaron a traición y en tacones. Yo no sirvo para la guerra. ¿Es infinita la guerra? La vida es cosa de dos y las treguas se pueden negociar. Es de justicia lo que me deben. Anoche no hubo un abrazo y encima me andabas a quinientos kilómetros del amor que defendía. Luche por ambos querido, el anillo está en mi dedo más tranquilo que nunca. Creo que no volveré a la guerra. Quizás la tregua aun tenga cabida. Todo depende de que me ofrezcan. En todo caso no voy a moverme a por ella. Quizás puedan ponerle patas.
Anoche entendí que te amo más que a nada y que anoche fue anoche. Quizás haya un mañana.
Quizás.