Le perdí a él. Le
perdí porque sí, porque cuando la madurez no alcanza no hay solución. Y eso que
pensamos en ponerle remedio. Pero el orgullo decidió que era bueno aliarse la falta de sensatez. Y así seguí hundiéndome, en dos años de búsqueda de la
nada. Nada era igual. Nada tenía el mismo sentido. Nadie tenía lo que él.
Pero debía seguir
caminando. Sin saber que aún iba a perder un poco más, a otro gran hombre de
mi vida. Y aún así no supe apartarme de su lado, al menos él sí estaba vivo.
Tanto fue así que dos años más tarde, cuando el mayor esfuerzo que he hecho por
nada nunca me mudó a mi nueva realidad, tuve que llamarle. Había conseguido
salir de la apatía y me mudaba a otro país. Y lloraba por quién perdí hace dos
años. Tenía miedo de que irme supusiera seguir perdiendo lo poco que me quedaba
en España. Una falsa estabilidad.
Pero los aviones
no esperan y aquí me hallo. Apartada de mi país y de mi pasado. Pero conmigo. Y
he revivido. Soy la misma que era y más, soy lo que siempre quise ser.
Estudiando y peleando lo que quiero. Consagro casi cada minuto de mi vida a los
Derechos Humanos. Cada minuto a ser YO la que es feliz.
Vivo en lo que se
ha convertido mi nuevo hogar, una residencia, una familia. Evidentemente los
Herrera de la Hoz no se suplantan y me duelen a cada minuto, pero es un dolor
necesario y soportable. Tengo nuevos amigos, nuevas relaciones. He tenido que
descubrir nuevas formas de comunicarme, de acercarme, de ser cálida o fría. De
entender los tiempos. He costado, ha sido divertido pero ha costado. No es
momento para mentir. Tres semanas más tarde aún tengo que medir cuanto de mi carácter
es bueno mostrar. Pero encuentro el apoyo que necesito. Y me llena.
Me comunico. Como
puedo, como sé. Me doy contra la pared unas 500 veces al día porque me faltan
las palabras y me sobran las ideas. Pero lo sigo intentando. Y cada vez es más fácil,
más divertido. 20 años estudiando inglés y en tres semanas he aprendido todo lo
que me dejé sin estudiar. Parece increíble el sobreesfuerzo que hace nuestro
cerebro cuando nos es vital. El inglés es un muro, pero lo escalo a cada minuto
y procuro divertirme con él. No sabéis la satisfacción que es ver crecer tus
habilidades.
En mi lista de
nuevas habilidades también está la de comer bien. Sobrevivo a Inglaterra y como
toda la verdura que mami nunca consiguió hacerme comer. Aunque pagaría por
traer a la abuela y que me cocinara cualquier cosa mientras charlo con ella.
Pagaría una hipoteca porque Raquel desayunara otra vez en silencio conmigo cada
mañana. Por las cañas barrieras con mis hombrecitos y darle calor a todas las
cosas azucaradas que Salu conseguía que me comiera sin remordimientos. Ahora
cojo la sartén y le doy la vuelta a la tortilla en el aire, y me rio sola y lo
celebro cuando nadie me ve. Y mis macarrones saben a setas, verduras, no a
tomate y salchichas. Y por supuesto domino el té y hablo con mis adorables
escocés y turco de marcas de té. Y me río y me sonrío a cada nuevo pasito.
Me he hecho
pequeña. Desde que estoy aquí juego a las cosas más tontas del mundo con mis
vecinos mientras aprendo regionalismos y genero sentimientos. No he crecido, he
decrecido para volver a empezar. Y soy un niño feliz y relajado que se emociona
a cada instante. Me encantaría mandaros mi felicidad en sobres de té y que la
saborearais. Por si fuera poco todo esto lo aderezo con unas vistas desde mi
habitación que me pasman, una biblioteca que corta la respiración y un bosque
alrededor de este micro mundo para correr y hacer todos los deportes del mundo.
Porque obviamente me he apuntado a todo lo que he podido: atletismo, escalada,
squash, hockey. Y Colchester es tan adorable que sólo pasear ya merece el
esfuerzo de estos últimos meses. Prometo una gran biblioteca de fotos cuando
recorra un par de ciudades más. Porque vivo a 40 minutos de Londres y a 20
minutos de otras ciudades que parecen igual de adorables. La semana que viene
empiezo los viajes. Vivo en un paraíso, lluvioso y frío, pero mi paraíso. Y
tengo una tarjeta de tren para empezar el viaje de mi vida y una cámara para no
perder mi vena periodística.
Y finalmente el
motivo de mi estancia aquí. Un LLM. Un máster de leyes. De legislación
humanitaria y Derechos Humanos. Ley tras ley, convenio tras convenio, protocolo
tras protocolo. Sorpresa tras sorpresa. Enfado tras enfado. Videos complicados
de digerir, casos judiciales de una dureza y clarividencia brutales. Y camino
encantada a cada clase. A sabiendas de lo que me cuesta entender y coger
apuntes. Y no deseo otra cosa que el siguiente día, el siguiente reto, el
siguiente coloquio, el siguiente artículo mal puesto en práctica. Me he quedado
fuera de todos los concursos y proyectos porque mi inglés no está al nivel,
pero sigo intentándolo. Tengo una energía que nunca me supe en mí. Y unas ganas
de compromiso social, legal, humanitario que realmente pocos entienden. Aquí
estamos los que queremos salvar el mundo. Pobres ignorantes muy pequeños
adquiriendo unos conocimientos muy obvios y complejos. En un centro de Derechos
Humanos calificado como uno de los mejores del mundo. No sabéis como se me cae
la baba. Como disfruto, como me emociono, como leo y releo cada cosa, como
pierdo dioptrías día tras día frente al ordenador.
La gente del
máster igual saben unas 300 mil veces más que yo, igual tienen unos curriculums
que yo no doy crédito teniendo solo dos o tres años más que yo. Venimos de todos los
rincones del mundo y el choque cultural y el aprendizaje se multiplica de
manera exponencial. A veces me abruma lo maravillosa que es la gente. Por fín
estoy con gente que piensa y se dirige a lo mismo que yo. Y lo mejor, que saben
como caminar y me ayudan, y nos guiamos, y nos aportamos y nos retroalimentamos
a unos niveles que jamás había imaginado.
Mi única pena es
que quién más me ha adorado siempre no está participando de este sueño. Sé que
me queréis allí, pero estoy viviendo. Estoy sintiendo. Todo es temporal, y os
compensaré con todo el amor que os guardo cada día en cuanto aterrice. Este es
el AÑO DE MI VIDA y el sentido que he encontrado aquí es el que durante dos
años apenas atisbaba.
Os quiero.
Mamá y papá,
millones de gracias elevados a su máxima potencia.