Relatos de lo excepcionalmente cotidiano

¿Y si tuviéramos marcos de interpretación de la realidad distintos?

viernes, 10 de abril de 2020

DIARIO. Viernes 10 de abril. Reflexiones para salvarme a mí misma


Cada día y con la misma intensidad el sol comienza su descenso y, en una magistral última ección final, desaparece dejando tras de sí todo coloreado de rojo anaranjado, con ese brillo particular que le hace tan particular.

Su última lección diaria parece querer decirnos que nos deja algo de su calor, algo de él, aunque él no esté. Nos recuerda con cada atardecer que seguimos girando a su alrededor, aunque no podamos verle. Que si no morimos de frío es gracias a que él nos sigue calentando, le veamos o no. Gracias a su magnificiencia, a la gravedad con que nos atrapa.

Y yo me pregunto qué somos los humanos si no justamente eso, lo que queda de nosotros cuando ya no estamos o cuando no queremos que nos veamos. Buscamos transcender, como don Lorenzo. Aspiramos a que nos recuerden por nuestros actos, nuestras palabras, los sentimientos y las huellas que imprimimos en los demás. Pero, si todos vivimos obsesionados por dejar nuestra huella, ¿no estamos llenando el camino de rastros inservibles?

Hace tiempo leí que la libertad no es decir lo que piensas si no poder pensar lo que dices. Y esa dichosa frase se ha convertido en una obsesión. Obsesión por encontrar el tiempo para meditar mis actos, por poder trabajar deliberadamente en todo lo que hago. Y no creo haberlo conseguido. Porque me sigo empeñando en ser como el sol, en que se note que existo. Incluso poner de manifiesto mis defectos no es si no otra estratagema para hacerme notar, para demostrar lo humilde que soy.. por supuesto lo reflexiva, lo sofisticada que he llegado a dibujarme. Pero en realidad eso me lleva a una vida sin libertad, en la que no pienso lo que digo, ni entiendo mis actos. Me convierto cada día en un robot aparentemente humano.

Todo vuelve a ser un ejercicio de prepotencia. Las fotos en los estados de WhatsApp, de Instagram, las acciones vecinales para animarnos los unos a los otros, las llamadas continuas, los mensajes incesantes que son como metralla, encadenándonos a millones de interacciones intrascendentes, los regalos de Navidad, los de cumpleaños, de aniversarios. Todos intentos banales de trascender, de convencernos de que somos ese sol imprescindible para los demás.

Quizás es el momento de entender que somos uno más. Que no vamos a trascender, que no vamos a cambiar otras vidas con nuestros actos. Que no somos importantes ni , mucho menos, imprescindibles. 

Sin embargo, tal vez haya algo que podemos lograr: el simple pero vital acto de salvarnos a nosotros mismos. Suficiente hazaña personal sería que cada uno comprendiera la manera de salvarse, no digo ya ponerla en práctica. Salvarnos a través de nuestros propios actos, pensar en trascender únicamente para nosotros. Hacer que nuestros actos nos representen y simplemente vivir conforme con uno mismo.

Porque precisamente, ese no trascender, ese hacer los actos por el puro acto en sí  es lo que ejecuta a diario el sol. El sol, que irónicamente jamás buscó trascender, si no seguir su curso impasible e independiente a las repercusiones.

Tan simple y tan complejo como dejar de ser “EL SOL” para ser “nuestro sol”, ser capaz de calentarnos a nosotros mismos, para no helarnos, para sentir la gravedad.