Relatos de lo excepcionalmente cotidiano

¿Y si tuviéramos marcos de interpretación de la realidad distintos?

sábado, 23 de julio de 2016

Tenemos que hablar

Tenemos que hablar.
Tenemos que hablar de como te va la vida sin mí, de que haces con todo el tiempo que antes tenías dedicado en exclusiva a mí.
Tenemos que hablar.
De como la distancia enfría, adormece la sensibilidad. Soporiza el alma. Por cierto, tenemos que hablar de por qué hemos dejado de preocuparnos el uno por el otro.
Tenemos que hablar de como nos va la vida ahora que no nos reconocemos, ahora que esa persona que tengo enfrente de mí me parece una perfecta desconocida. Tenemos que hablar de nuestra nueva identidad.


Tenemos que hablar de por qué hemos despreciado nuestro pasado y ya no nos acordamos de quienes éramos. Joder, tenemos que hablar del tiempo que hace que ya no existimos como un nosotros.

Quizás no tenemos que hablar porque ya no me interesa lo que mi pasado hace en un presente que no comparte conmigo. Quizás tenemos simplemente que contarnos, aunque las ganas de escuchar nos fallen.

Pero quizás yo lo único que quiero y busco es contarte sin escucharte. Porque me dediqué a escucharte hasta que no pude más, hasta que me tuve que largar porque no podía seguir escuchándote. Porque entre todos conseguisteis que dejara de oírme a mí misma. Vuestros gritos ensordecieron mi sensibilidad.

Podría contarte que me va bien, que el sosiego que experimento me place. Me place no pertenecer a ningún lado, a nadie. Me regodeo en no pertenecerme, en no reconocerme. Me regodeo en reinventarme cada día y que nadie se extrañe ni me pida una justificación.

Las he pasado de todos los colores acostumbrándome a tu no presencia, a vuestra no existencia. Las he pasado blancas porque era un folio en blanco donde empezar. Rojas porque la pasión se desata en la libertad del anonimato. Verdes porque he experimentado comidas, lugares y sensaciones. Azules porque os he extrañado. Negras porque mi capacidad de autosabotaje es alta tirando a suprema y he deseado con toda la fuerza de mis entrañas volver atrás. De hecho lo hice, retrocedí. Os miré, os expliqué el proceso en el que me encontraba. Pero la respuesta no fue la esperada y eso sólo me obligó a seguir. De todos los colores el marrón destacó por embarrar todo futuro con la amenaza de vuestra sombra. Menos mal que vuestra incomprensión me echó a patadas.

Tengo que contarte que ya nunca más nos entenderemos. Porque no quieres entenderme ni yo quiero que me entiendas. Porque ya no hago ni el más remoto de los esfuerzos porque me entiendas. Ya no quiero que me entienda nadie. Me muero por contarte la de hostias contra la realidad que llevo porque la gente no me entiende. Pero me muero por contarte como voy encajando esas piezas de mi alma, de mi personalidad y como mi falta de explicaciones es suficiente aquí. La gente acepta lo que les doy y no piden más. He aprendido a aceptar sin justificar. Y yo me entiendo a ratos, no todos, pero ya a nadie le importa. Y es que esa falta de importancia se conoce como libertad.

Tengo que contarte que soy libre y que al próximo que me intente cortar las alas se las regalo. Sin enojos, sin discusiones y sin enfrentamientos.Y ya me voy yo caminando con mi libertad. Que no necesito volar, no tengo prisa. Porque para escucharos a todos vosotros mejor me escucho a mi misma y para que me cuentes que sois felices sin mí pues prefiero dejar hablar al viento. Que en uno de los ratos de soledad que me provocasteis le dejé hablar hace ya unos meses y me confesó que el romance que tiene con mi alma va para largo. Quizás vosotros debierais escuchar al viento y quizás así entenderíais lo que yo no puedo entender-me. Ni necesito.