Cumplo
24. Lejos de casa pero con la sensación de no haberme escapado lo suficiente. De
seguir bajo ese paraguas de protección que proporciona la clase media, una
familia maravillosamente normal y una vida acomodada. Un sentimiento algo
nauseabundo que se combina con la certeza de la dureza que me aguarda durante
los próximos meses. Me enfrento a dos meses de estudiar y escribir asuntos de
vida o muerte desde una biblioteca (irónica zona de confort), pero además
vislumbro la inminente niebla que traerá el fin de esta etapa. No lamento en
absoluto ninguna de mis decisiones ni volvería atrás, pero me resulta
complicado mirar hacia delante. Enfrentar el casi cuarto de siglo. No me atrevo
a imaginar mi aterrizaje en Barajas y su abrazo de realidad.
En
honor a este extraño día, mi madre me escribe que lo más bonito que le podía
ocurrir en la vida pasó hace 24 años. Dice que la decisión de formar una
familia la tomó con la edad en la que acabo de entrar. Mientras ella con sus 24 se casaba y pensaba
en mí, yo me descubro soltera, en otro país, con una mezcla de emociones
indefinibles e incomprensibles y sólo puedo pensar en lo patéticas que las
relaciones sociales se han vuelto. Quizás sea la vida la que se ha vuelto
patética durante mis 24 años de existencia, pero yo he dejado de comprender.
Hemos revolucionado las relaciones de pareja, los métodos de trabajo, de
comunicación, de sociabilización. Pero ni siquiera lo hemos revolucionado con
una finalidad. Ni siquiera para bien. No hemos revolucionado el mundo. Solo lo
hemos desordenado, arruinado un poco más. Una de mis abuelas huía de su pueblo
para alimentar a mi madre con mi edad y la otra emigraba a Alemania con similares fines. Ellas buscaban algo vital mientras que yo… yo tuve que
huir de mi ciudad para encontrar algo que me satisficiese. Las tres salimos de
la zona de confort, pero con objetivos bien distintos. Ellas lograron mucho,
pero pelearon otro tanto. Yo ni sé por qué peleo ni por qué me fui.
Mi
hermana me escribe que siga otros 24 años enfrentando la vida con la misma
fuerza y energía con la que lo he hecho hasta ahora. Pero yo pienso en toda la
fuerza y energía que mis abuelas (y mi madre) necesitaron y solo me veo
enfrentándome a la oscura incertidumbre. A diferencia de mis increíbles
predecesoras, yo no encuentro por que luchar. Pero, especialmente, encuentro
que no quiero pelear. Que no entiendo la vida como un combate a muerte y que lo
que ansío es genuina serenidad. No busco confrontación, sino entendimiento.
Entiendo
y comparto que hay que esforzarse, exprimir la oportunidad, que la muerte nos
encuentre agotados y llenos de memorias, sudados, envueltos en polvo de
diversas regiones. Pero no entiendo por qué los seres humanos del primer mundo
nos complicamos los unos a los otros. No entiendo que hayamos hecho de vidas
cómodas una lucha innecesaria, una carrera competitiva por puestos de trabajo
con condiciones laborales infernales. Hemos transformado el confort en estrés,
ansiedades, miedos superfluos, relaciones tóxicas, sexo sucio y retrógrado, aspiraciones
materiales, pensamientos banales y puro conformismo.
¿Por
qué hemos desprestigiado el amor de la forma en que lo hemos hecho? Amor no
sólo a la pareja, si no a los amigos, a la familia. Mi tía me escribe que soy
tremendamente cariñosa y que por favor, no deje de serlo, pero lo que yo no
entiendo es cómo la gente puede no serlo. Por qué no podemos ser amables,
facilitarnos la vida y ayudarnos. Por qué en Europa dar un beso a un amigo es un
gesto demasiado cercano. La frialdad y la buena educación están matando el amor
puro. Hemos convertido el amor y la fraternidad en una rareza y la fugacidad y lo esporádico en nuestra máxima aspiración. No nos comprometemos.
Enfrento
los 24 nadando en un océano de dudas que creo que, o tardaré otros 24 años en
comprender o, que más bien, nunca alcanzaré a responder. Simplemente no puedo
asumir las mismas tonterías que otros asumen ni la falta de compromiso vital. Por
ello, encaro los 24 con la determinación de seguir amando de la forma en que lo
hago muy mucho a mis increíbles amigos, a mi indescriptible y bipolar familia y
a mí misma. Asumo los 24 con la determinación de que si he de luchar, va a ser
por intentar no tener que luchar. Por vivir una vida relajada y meditativa en
la que pueda decidir por mí misma y comprometerme asumiendo consecuencias. No quiero
tener que guerrear con mi vida, simplemente disfrutarla. Ser una persona
disfrutona, sentir la vida de manera esencialista.
Creo
que me toca pelear, al igual que mis tres matriarcas y mis dos patriarcas
hicieron pero, a diferencia de luchar con armas convenciones, intentaré que el
amor y la tranquilidad sean los que guíen mi camino y el de los que me acompañan.
Me armo de candor y amabilidad con la idea de calentar un par de almas.
Gracias
a todos los que habéis caminado esto 24 años conmigo, mención especial a los
que me habéis soportado estos últimos 12 meses y no os habéis ahogado conmigo
en las dudas. Si he de pelear, que sea por vosotros y por un entendimiento más
romántico de nuestras personas. Gracias por no entenderme, intentarlo y seguir
apoyando este no entendimiento. Mis 24 van dedicados a aportar, aportaros y
aportarme serenidad, comprensión, empatía y toneladas infinitas de ese amor que
a esta sociedad no le gusta, del intenso a muerte. Si me permitís, os mato de
amor, dulzura y calidez.
Feliz
vida amiguitos que sois familia y familia que sois amigos, os amo y mucho
muchísmo! Pronto, muy pronto, nos abrazamos por esa tierra que me vio llegar
hace 24 otoños.