Relatos de lo excepcionalmente cotidiano

¿Y si tuviéramos marcos de interpretación de la realidad distintos?

viernes, 9 de septiembre de 2016

Cumplo 24

Cumplo 24. Lejos de casa pero con la sensación de no haberme escapado lo suficiente. De seguir bajo ese paraguas de protección que proporciona la clase media, una familia maravillosamente normal y una vida acomodada. Un sentimiento algo nauseabundo que se combina con la certeza de la dureza que me aguarda durante los próximos meses. Me enfrento a dos meses de estudiar y escribir asuntos de vida o muerte desde una biblioteca (irónica zona de confort), pero además vislumbro la inminente niebla que traerá el fin de esta etapa. No lamento en absoluto ninguna de mis decisiones ni volvería atrás, pero me resulta complicado mirar hacia delante. Enfrentar el casi cuarto de siglo. No me atrevo a imaginar mi aterrizaje en Barajas y su abrazo de realidad.

En honor a este extraño día, mi madre me escribe que lo más bonito que le podía ocurrir en la vida pasó hace 24 años. Dice que la decisión de formar una familia la tomó con la edad en la que acabo de entrar.  Mientras ella con sus 24 se casaba y pensaba en mí, yo me descubro soltera, en otro país, con una mezcla de emociones indefinibles e incomprensibles y sólo puedo pensar en lo patéticas que las relaciones sociales se han vuelto. Quizás sea la vida la que se ha vuelto patética durante mis 24 años de existencia, pero yo he dejado de comprender. Hemos revolucionado las relaciones de pareja, los métodos de trabajo, de comunicación, de sociabilización. Pero ni siquiera lo hemos revolucionado con una finalidad. Ni siquiera para bien. No hemos revolucionado el mundo. Solo lo hemos desordenado, arruinado un poco más. Una de mis abuelas huía de su pueblo para alimentar a mi madre con mi edad y la otra emigraba a Alemania con similares fines. Ellas buscaban algo vital mientras que yo… yo tuve que huir de mi ciudad para encontrar algo que me satisficiese. Las tres salimos de la zona de confort, pero con objetivos bien distintos. Ellas lograron mucho, pero pelearon otro tanto. Yo ni sé por qué peleo ni por qué me fui.

Mi hermana me escribe que siga otros 24 años enfrentando la vida con la misma fuerza y energía con la que lo he hecho hasta ahora. Pero yo pienso en toda la fuerza y energía que mis abuelas (y mi madre) necesitaron y solo me veo enfrentándome a la oscura incertidumbre. A diferencia de mis increíbles predecesoras, yo no encuentro por que luchar. Pero, especialmente, encuentro que no quiero pelear. Que no entiendo la vida como un combate a muerte y que lo que ansío es genuina serenidad. No busco confrontación, sino entendimiento.

Entiendo y comparto que hay que esforzarse, exprimir la oportunidad, que la muerte nos encuentre agotados y llenos de memorias, sudados, envueltos en polvo de diversas regiones. Pero no entiendo por qué los seres humanos del primer mundo nos complicamos los unos a los otros. No entiendo que hayamos hecho de vidas cómodas una lucha innecesaria, una carrera competitiva por puestos de trabajo con condiciones laborales infernales. Hemos transformado el confort en estrés, ansiedades, miedos superfluos, relaciones tóxicas, sexo sucio y retrógrado, aspiraciones materiales, pensamientos banales y puro conformismo.

¿Por qué hemos desprestigiado el amor de la forma en que lo hemos hecho? Amor no sólo a la pareja, si no a los amigos, a la familia. Mi tía me escribe que soy tremendamente cariñosa y que por favor, no deje de serlo, pero lo que yo no entiendo es cómo la gente puede no serlo. Por qué no podemos ser amables, facilitarnos la vida y ayudarnos. Por qué en Europa dar un beso a un amigo es un gesto demasiado cercano. La frialdad y la buena educación están matando el amor puro. Hemos convertido el amor y la fraternidad en una rareza y la fugacidad y lo esporádico en nuestra máxima aspiración. No nos comprometemos.

Enfrento los 24 nadando en un océano de dudas que creo que, o tardaré otros 24 años en comprender o, que más bien, nunca alcanzaré a responder. Simplemente no puedo asumir las mismas tonterías que otros asumen ni la falta de compromiso vital. Por ello, encaro los 24 con la determinación de seguir amando de la forma en que lo hago muy mucho a mis increíbles amigos, a mi indescriptible y bipolar familia y a mí misma. Asumo los 24 con la determinación de que si he de luchar, va a ser por intentar no tener que luchar. Por vivir una vida relajada y meditativa en la que pueda decidir por mí misma y comprometerme asumiendo consecuencias. No quiero tener que guerrear con mi vida, simplemente disfrutarla. Ser una persona disfrutona, sentir la vida de manera esencialista.

Creo que me toca pelear, al igual que mis tres matriarcas y mis dos patriarcas hicieron pero, a diferencia de luchar con armas convenciones, intentaré que el amor y la tranquilidad sean los que guíen mi camino y el de los que me acompañan. Me armo de candor y amabilidad con la idea de calentar un par de almas.

Gracias a todos los que habéis caminado esto 24 años conmigo, mención especial a los que me habéis soportado estos últimos 12 meses y no os habéis ahogado conmigo en las dudas. Si he de pelear, que sea por vosotros y por un entendimiento más romántico de nuestras personas. Gracias por no entenderme, intentarlo y seguir apoyando este no entendimiento. Mis 24 van dedicados a aportar, aportaros y aportarme serenidad, comprensión, empatía y toneladas infinitas de ese amor que a esta sociedad no le gusta, del intenso a muerte. Si me permitís, os mato de amor, dulzura y calidez.

Feliz vida amiguitos que sois familia y familia que sois amigos, os amo y mucho muchísmo! Pronto, muy pronto, nos abrazamos por esa tierra que me vio llegar hace 24 otoños.