Relatos de lo excepcionalmente cotidiano

¿Y si tuviéramos marcos de interpretación de la realidad distintos?

martes, 30 de diciembre de 2014

La vida gastada


Marruecos posee el ritmo de los colores desgastados. Calles maltratadas por hombres cuyas mujeres son invisibles o simples sombras. Basura allá dónde no choca la majestuosidad de reyes escandalosos. Signos de una vida que late ajena a todo aquél occidental que pretende descifrarla.

Las mezquitas crean la banda sonora que quieras o no te atrapa estés donde estés. Letras árabes que vuelven a demostrarte que no eres parte de ellos. El francés es una simple herramienta de ayuda, pero no una vía a la comunicación. Contadas personas no miran con recelo, contadas personas te hablan de la vida marroquí.


Seguimos ritmos frenéticos en cada etapa, comprar billetes, dónde cenar, qué visitar. Los mapas requieren de la ingeniería más sofisticada para no perderse entre medinas nuevas, viejas, árabes. Negociar es imposible, ellos siempre ganan. Al lado de las ruinas más hermosas y cuidadas, muestras de un poder vetusto, encontramos a quienes en lugar de vender deberían estar recibiendo la educación más primaria. Contrastes tan dolorosos como la realidad de la que de pronto no-formamos parte.


Viajar por el imperio marroquí es tan agobiante como lento. Ciento cuarenta kilómetros en cuatro horas nos permiten ver gorros de todas las religiones, ilegalidades de todos los códigos y miradas de todas las profundidades. Ciento cuarenta kilómetros de desesperación, cansancio, reflexiones meditadas muy deprisa que se cocinaron a fuego muy lento en otro continente. Lo que imaginamos y lo que descubrimos, lo que sentimos, no se parecía a lo que llevábamos en los macutos.

Las laberínticas y maltechadas medinas encierran las mil y una maravillas que poco a poco nos transforman. Calles estrechas, oscuras, fuentes a la puerta de cada medina, mosaicos llenando de colores las esquinas y gente, gente y más gente. Gente con ritmo y sin prisa. Los paisajes nunca se pintaron deprisa. Aunque con prisa nos moja una y otra tormenta tropical. Una irónica rutina de lluvias torrenciales y soles espléndidos que nos ha guiado en un viaje marcado por el respeto y el desconocimiento.

Cuando el Atlántico africano nos despide, acostado a la vera de un cementerio que mira a la Meca repleto de antepasados, descubrimos que sí existen mujeres en este país. Que se enamoran y demuestran su amor en la arenas de un Rabat dónde, si sobrevivir es complicado, escapar de un pañuelo sobre sus cabezas es impensable incluso en la playa, incluso en las fotos.


Un último atardecer extenúa nuestras fuerzas. Marruecos no tiene prisa, su aeropuerto tampoco. Volvemos a España con un ligero retraso y seis controles policiales. Dos horas más de recuerdos árabes que le robamos a este recién pretendido moderno continente. Pero se trata de una modernidad que odia a su pasado y su lucha por la hegemonía marroquí produce los contrastes más insólitos y desoladores que podamos sospechar.

martes, 25 de noviembre de 2014

Retratos argentinos: segunda parte: Hermanos

Los distintos colores completamente bizarros de aquél valle fascinaban. Conformaban un lugar en el que se fundían la paz y el sosiego. Miraras hacía dónde miraras todo parecía una foto. Casi irreal. La felicidad la constituían la soledad, las estrellas, un arroyo de aguas gélidas y el silencio. Resultaba sencillo pensar que allí podía generarse cualquier magia.

Y en medio de todo aquello una casa. Casa de adobe y paja, un fuego por cocina y una sala por comedor, salón y habitación. Y dos hermanos de 80 años. Dos hermanos con una curva en la espalda que les inclinaba directamente bajo el sol. La curva del trabajo en el campo, de la vida gastada. Dos hombres que reflejaban la fuerza y la majestuosidad de aquél lugar y la sencillez y simpleza de la vida sin aditivos, sin caprichos.

Costaba creer que dos personas de aquella edad subieran y bajaran los Andes con la soltura de los cóndores. Algunos luchábamos por no caernos del tejado mientras lo reparáramos. Ellos caminaban entre el techo y el cielo sin mirar, dando instrucciones sobre cómo poner el adobe, la paja, el agua. Coqueaban, trabajaban y vivían sin que ninguna de las tres cosas fuera más importante que la siguiente.

Día sin tregua, de trabajo duro, como sus pieles. Pieles curtidas por el sol, el frío, por la Madre Tierra. Pero días de serenidad. Amor, respeto y veneración. Amor por una vida sencilla, respeto a la tierra que les alimenta y veneración a las costumbres que les rigen.

Me resultaba imposible entenderles. Aquellas bolas de coca en la boca día y noche hacían ininteligible cualquier orden. Sus bocas negras de coquear reflejaban un largo recorrido por las tradiciones argentinas. Pero aún así les entendí. Entendí que yo podría vivir así. Que quería vivir así. Entendí que me estaban dando una poderosa lección. Lecciones lejos de rascacielos, de educaciones institucionalizadas. Lejos de coches, con mis pies por motor y mi realización por bandera.  Me costó mucho recorrer aquellos caminos. Pero el Valle del Hornocal me ofreció un momento que jamás olvidaré en el que creí morir de amor. De amor por la vida.


Aquellos hermanos eran vida. Eran sacrificio por y para sí mismos. Aquellos hermanos me transportaban más cerca que nunca de mi casa. De mi propio abuelo. No había día que no pensara en él. Y de pronto admiré lo que nunca había visto. Vi disfrutar un mate, sentir el frío, luchar el fuego, experimentar la cocina humilde. Conocí y viví todo lo que mi abuelo me había contado con detalle durante 22 años.


Entendí que pertenecemos a la tierra y ser parte de ella  mi modo de comprender la vida. 


lunes, 17 de noviembre de 2014

Retratos argentinos. Parte primera: Regina

Regina tenía en sus ojos furia dominada, o lo que es lo mismo sumisión. Sumisión a una madre que le negó estudios, a un marido impuesto, a unos hijos que la vida le hizo creer que debía tener, a una religión que justificaba que le eligieran el marido, la vida, las costumbres, la educación y el modo de ser.

Nació en Valle Kronaqui, Alto Andino, Argentina. Mujer de familia evangélica que quería estudiar. Pero con 16 años fue llevada a una reunión religiosa interpueblos y la casaron con un desconocido que a día de hoy se ha acostado con ella y con alguna más. En Valle Kronaqui es difícil saber si los hijos son de un padre u otro. Se trata de uno de tantos y habituales matrimonios forzados dónde las costumbres no aprueban el divorcio (eso sólo es para quienes se van a la ciudad). Familias con roles claros: el hombre el trabajo, la mujer la casa. La mujer los animales. La mujer el huerto. La mujer los hijos. La mujer para el marido. Porque lo suyo no es un trabajo.

Pese a ello Regina es de las pocas mujeres de Valle Kronaqui que tienen un “trabajo” aparte de ser ama de casa, de animales, de huerto, de hijos. Regina regenta la pensión dónde nos enseña a hacer tamales. Siempre que haya plata de por medio. La plata es la única preocupación de Regina. La plata para sus hijos y su nietecito. Para que puedan estudiar allá y rentar un piso en la ciudad. Pero eso sigue siendo mucha plata para el mundo rural.

Por suerte ella no debe angustiarse ante la posibilidad de ser retada por su marido. Nos cuesta entender que retar es habitual en el Valle, retar engloba lo que los occidentales llamamos chillar, insultar, pegar, golpear, herir, o en definitiva: violencia de género. Retar en el mundo rural argentino es algo silencioso, pero rutinario.

Regina quería ir a la ciudad, estudiar, elegir de quién enamorarse. Regina quería voz. Regina quería y quería y soñaba y quería. Pero no. Pero los derechos de las mujeres no se estilan en el medio rural. Se ruboriza ante la palabra preservativo, divorcio, aborto o derechos de las mujeres. Se ruborizaba sólo con contarnos su vida, le parecía algo de lo que avergonzarse, pero mucho más vergonzoso era soñar con algo distinto por ser mujer. Las mujeres no deben soñar.

Regina intentaba estar furiosa, pero la edad, los animales, el huerto, la posada, los hijos, el nieto y el marido someten la furia y la convierten en devoción y piedad. Hoy Regina confía en ese Dios que le impuso su vida, cree que debe hacer lo mejor por la familia. Y paga puntualmente su diezmo a su Iglesia, que por supuesto también limpian gratuitamente las mujeres.

Que las vidas lindas son para otras. Regina no ha tenido una vida linda y nos costó horas que lo dijera. Pero lo dijo, y nos rogó que la tuviéramos. Regina es una heroína desconocida más de este viaje. La mujer más bella que he conocido. Su furia es un motor inspirador.

Regina nos demostró que ya teníamos una vida linda y que no debíamos dejarla pasar. Lo que nunca supo fue que nos envenenó con esa furia que ni siquiera sabe que tiene y nos infundió la necesidad de querer defender una vida linda para todas las mujeres.

domingo, 16 de marzo de 2014

¿Por qué no?

Tengo la extraña sensación de que la gente pregunta demasiado. Por qué hice esto, por qué dije aquello, por qué fui allí, por qué no me quedé, por qué me cambié, por qué defendí, por qué luché.

Yo me pregunto ¿Y por qué no? ¿Por qué no vivir sin más? Si lo tienes al alcance de la mano cógelo, hazlo sencillo, hazlo bonito. Deja de dar vueltas por rotondas que no tienen salidas y echa a volar. Limítate a sentir, soñar y sonreír. Limítate a vivir, nunca a sobrevivir. Que todo lo que recuerdes del viaje sea la sonrisa que no te quitaste en ningún momento y que te quedaste sin aliento. Si no, nada habrá tenido sentido.

Yo hace tiempo aposté por la filosofía de hacer lo que más me apetecía sin pensarlo demasiado y sin dañar a nadie. Y sobre todo de la filosofía de querer a los que quiero a mi lado, por aquello de no perderlos.

Y parafraseando a una vieja amiga, recuerda que si en algún momento en medio de esta aventura osas extrañar a alguien, que nunca a algo, ese alguien estará y la tendrás en la medida en que sepamos que nos tenemos.


De prisa, la alegría,
atropellada, loca.
Bacante disparada
del arco más casual
contra el cielo y el suelo.
La física asustada,
tiene miedo;los trenes
se quedan más atrás
aún que los aviones
y que la luz. Es ella,
velocísima, ciega,
de mirar, sin ver nada,
y querer lo que ve.
Y no quererlo ya.
Porque se desprendió
del quiero del deseo,
y ebria toda en su esencia,
no pide nada, no
va a nada, no obedece
a bocinas, a gritos,
a amenazas. Aplasta
bajo sus pies ligeros
la paciencia y el mundo.
Y lo llena de ruinas
-ordenes,tiempo,penas-
en una abolicion
triunfal, total de todo
lo que no es ella, pura
alegria, alegria
altisima, empinada
encima de si misma.

La voz a ti debida, Pedro Salinas