Regina tenía en sus ojos furia
dominada, o lo que es lo mismo sumisión. Sumisión a una madre que le negó
estudios, a un marido impuesto, a unos hijos que la vida le hizo creer que
debía tener, a una religión que justificaba que le eligieran el marido, la
vida, las costumbres, la educación y el modo de ser.
Nació en Valle Kronaqui, Alto Andino,
Argentina. Mujer de familia evangélica que quería estudiar. Pero con 16 años
fue llevada a una reunión religiosa interpueblos y la casaron con un
desconocido que a día de hoy se ha acostado con ella y con alguna más. En Valle Kronaqui es difícil saber si los hijos son de un padre u otro. Se trata de uno
de tantos y habituales matrimonios forzados dónde las costumbres no aprueban el
divorcio (eso sólo es para quienes se van a la ciudad). Familias con roles
claros: el hombre el trabajo, la mujer la casa. La mujer los animales. La mujer
el huerto. La mujer los hijos. La mujer para el marido. Porque lo suyo no es un
trabajo.
Pese a ello Regina es de las
pocas mujeres de Valle Kronaqui que tienen un “trabajo” aparte de ser ama de
casa, de animales, de huerto, de hijos. Regina regenta la pensión dónde nos
enseña a hacer tamales. Siempre que haya plata de por medio. La plata es la
única preocupación de Regina. La plata para sus hijos y su nietecito. Para que
puedan estudiar allá y rentar un piso en la ciudad. Pero eso sigue siendo mucha
plata para el mundo rural.
Por suerte ella no debe
angustiarse ante la posibilidad de ser retada
por su marido. Nos cuesta entender que retar es habitual en el Valle, retar
engloba lo que los occidentales llamamos chillar, insultar, pegar, golpear,
herir, o en definitiva: violencia de género. Retar en el mundo rural argentino
es algo silencioso, pero rutinario.
Regina quería ir a la ciudad,
estudiar, elegir de quién enamorarse. Regina quería voz. Regina quería y
quería y soñaba y quería. Pero no. Pero los derechos de las mujeres no se
estilan en el medio rural. Se ruboriza ante la palabra preservativo, divorcio,
aborto o derechos de las mujeres. Se ruborizaba sólo con contarnos su vida, le
parecía algo de lo que avergonzarse, pero mucho más vergonzoso era soñar con
algo distinto por ser mujer. Las mujeres no deben soñar.
Regina intentaba estar furiosa,
pero la edad, los animales, el huerto, la posada, los hijos, el nieto y el
marido someten la furia y la convierten en devoción y piedad. Hoy Regina
confía en ese Dios que le impuso su vida, cree que debe hacer lo mejor por la
familia. Y paga puntualmente su diezmo a su Iglesia, que por supuesto también
limpian gratuitamente las mujeres.
Que las vidas lindas son para
otras. Regina no ha tenido una vida linda y nos costó horas que lo dijera.
Pero lo dijo, y nos rogó que la tuviéramos. Regina es una heroína desconocida
más de este viaje. La mujer más bella que he conocido. Su furia es un motor
inspirador.
Regina nos demostró que ya
teníamos una vida linda y que no debíamos dejarla pasar. Lo que nunca supo fue que
nos envenenó con esa furia que ni siquiera sabe que tiene y nos infundió la
necesidad de querer defender una vida linda para todas las mujeres.
Marta, muy bueno tu texto. Me alegra muchísimo que estés escribiendo tan bien.
ResponderEliminarJosé
Siempre pensé que eres muy sensible, te honran estás palabras, sigue así no cambies.
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