Relatos de lo excepcionalmente cotidiano

¿Y si tuviéramos marcos de interpretación de la realidad distintos?

lunes, 23 de abril de 2012

Night Hon


Descuelga esa discusión
trae dos latas,
tráete, y
háblame de lo que siento.

De la ansiedad que ataca las deshoras,
los miedos,
los oscuros, o
los pocos claros que veo en ese futuro.

Las pesadillas que pueblan mis dencansos
apalean restos oníricos,
ganan a mis ojeras,
pertuban eso de mi espejo.

Háblame del pie con el que camino los sueños,
de por qué te pido más si el miedo…
el miedo me impide andar,
o defenderme de mi misma.

Háblame de que es futuro,
por qué yo no lo tengo aquí,
por qué no me lo puedo imaginar contigo,
por qué yo quiero más.

Los relojes han obedecido al sol,
las putas rutinas a los veranos,
yo a lo que necesito,
sin pasar por ti.

Sólo espero que me hables,
de mis miedos, que no quiero tuyos,
que no quiero nuestros,
no quiero frío.

Te regalo lo que soy,
si acabas con esto,
si lo que comenzamos juntos,
lo acabamos juntos.

miércoles, 11 de abril de 2012

Se condena a un mendigo a quince años de vida en las calles por amar a la persona equivocada.

Hazme la puta guerra,
Viólame las entrañas,
Se infinitamente cruel,
Destrúyeme.

Con el deseo del que espera la muerte,
La noche despierta,
Los sentimientos regresan,
Los mendigos saludan al frío, y
Perséfone saluda de nuevo.

La negrura del dolor,
Calmada por el llanto,
Gritaba en silencio,
Imploraba clemencia.

Nunca viaje tan bello,
Resultó tan arduo,
Nunca blancura tan pura,
Se tiñó de tales espantos.

“Imploramos compasión,
Imploramos existir,
Imploramos ser humanos,
Imploramos calor… humano.”

Tu egoísmo daña,
Apuñala más que el frío de sus noches,
Más que haber perdido todo,
Más que nada es tu indiferencia.

La humanidad pasó de moda,
La belleza pura está corrupta,
La piedad causó baja,
La esperanza escasea,
Todas pasaron de largo.

“Deseo una mirada,
Al menos una,
Una chispa que me caliente,
Que me permita vivir.

Vivir que no sobrevivir,
Ese fue mi delito,
Mi condena,
Y, mi felicidad.


Allá en el infinitivo pacté tu salvación,
La sonrisa de los lunes,
La energía de las noches,
Los sueños de los indefensos.

Barra libre de sueños,
Caricias a deshora y,
Botones obedientes;
Sin duda fue un buen pacto.

Yo no te prometí
Gloria, ni reconocimiento,
Ni éxtasis de sexo,
Ni momentos imborrables.

Yo te prometí
La profundidad con la que miro a la vida,
La sencillez del anonimato,
El éxtasis de cada segundo compartido.

Te prometí otoños de flores,
Fotos a color de momentos lejanos,
Libros entre los que desnudarnos
Y nubes que comernos.

Que infinito nos reclame, o
Que finito sea novio de la muerte,
Ya carece de sentido.

Cadena perpetua al desprecio,
Al desamor,
A las calles,
Al frío,
A ser pisado por tu altanería.

No te deseo esto,
No te deseo riquezas,
No te deseo compasión,
No te deseo sonrisas,

Te deseo pasión,
Que metas mano,
Que seas descarado,
Que la vida no te asuste.

A cambio de la pureza de tu alma,
Yo pago con mi vida, pero
Te exijo, que me la devuelvas sucia,
Gastada, maltratada, agotada,
Que se note que has vivido.”

domingo, 8 de abril de 2012

Teoría del amor

Deberíamos hacer de las relaciones una transacción. Los individuos serían bancos y a cambio de un beso el otro miembro de la pareja daría otro. A cambio de una cena romántica, otra. Y así sucesivamente. Los sentimientos también deberíamos racionarlos, intercambiarlos sabiendo que vamos a dar a la persona tanto como recibes o vas a recibir. Nos ahorraríamos los celos, el pensar si nos quieren o no, el dudar por qué uno se interesa más por el otro que el otro por el uno. Habría un límite de dar y otro de recibir, así no podrías dar más de cinco sorpresas sin recibir ninguna. O recibir más de cinco besos sin revivir otros cinco. Y al retomar el equilibrio numérico podríamos seguir con la relación. Siempre justa e igualitaria, no uno por encima del otro, ni mucho menos sufriendo uno por lo que el otro hace o deja de hacer. Un amor sin sufrimiento. Así, exteriormente los demás también sabríamos lo mucho que se quieren en función de la cantidad de hechos, momentos y recuerdos intercambiados; la cantidad sí importaría. Y podríamos competir pro ver quién tiene una relación más numéricamente mayor. Y dependiendo de la frecuencia con la se incremente esa cantidad, así de interesada está la pareja en seguir con la relación. Sabríamos en pocos días cuando va a terminar una relación: en cuanto uno de los dos llegara al tope de dar y el otro no correspondiera, no se desbloquearía la posibilidad de que aquel que quiere seguir dando pueda hacerlo, y comprobaríamos que algo muy gordo está fallando. Quizás sería ideal una relación sin sufrimiento y controlada por las matemáticas.
Pero quizás alguien pagaría el pato. Y sería probablemente el amor. Porque si racionalizas el amor se muere. No puedes controlar algo que te controla a ti. Y moriría el amor, o al menos entraríamos en crisis. Humanos banqueros de amor en crisis lucharían desesperadamente por el preciado botín, acabando en engaños, mentiras y traiciones por ser ricos. Aunque quizás esto no es fantasía, ¿no somos acaso ya banqueros de amor? El caso es que a lo sumo este amor sería sustituido por dar cariño y sexo, y no, no habría relaciones duraderas, porque eso se puede obtener de muchas inocentes personas sin un esfuerzo relativamente alto. Acabamos de nuevo e inevitablemente en la muerte del amor. Para todos aquellos que ya son banqueros, o nunca se han enamorado, o piensan que el amor es mentira o inexistente supongo que esto les parecería un buen negocio y una manera de obtener placer gratis, sin sufrimiento. Pero para aquellos que creemos en el amor y vivimos irracionalmente pendientes de movernos por lo que este nos dicta; para nosotros, racionar el amor sería como frenar la energía…nunca nos quedaríamos sin aliento, no pensaríamos que dar la vida por el otro fuera algo heroico. Sería más bien estúpido, y estúpidos que se pierden la maravilla de amar ya hay suficientes, asique yo me niego a racionalizar lo que siento, mucho menos a contároslo o demostrároslo, y mucho menos a no sufrir. El amor respira del sufrimiento, y si uno muere, muere el otro. Pagaríamos con la insípida vida del no sentir, no euforia, no emoción, no ilusión, no esperanza, no paz, ni tranquilidad. La condena de la angustia del que está solo. Prefiero la AMARgura.

El cambio de dos a uno

Últimamente mi vida contigo es real, y ha dejado de ser aquel sueño en común que tantas noches planeábamos. Últimamente mi pasado me hace darme cuenta de que me he convertido en una coleccionista de momentos amorosos, ñoños, especiales, duros, tiernos, raros, felices, rutinarios, adorables, alegres, tensos…de todo tipo de colores y precios…y todos contigo. Últimamente el deseo de una vida contigo empieza a desaparecer, ya se ha despertado y ya es realidad.
No tengo quejas ni argumentos que me entristezcan, y gozo de barra libre de paciencia y fortaleza para dedicárnosla. Tengo la exclusiva y primicia de nuestra felicidad. Obvio que hubo un precio que se debía pagar, y obvio que pagué yo (como siempre). No fue barata esa primicia, pero resultó suficiente con aportar el miedo vivido en cada discusión, puesto que era yo la que veía todo peligrar, al igual que era yo la que se quedaba sola en una habitación sin saber que esperar de ti, sin poder dar más de mí, sin saber si esa vez mi sueño contigo llegaría a puerto o naufragaríamos de nuevo…Era yo la que veía derrumbarse a cada segundo los pequeños logros antes obtenidos como “pareja”. Era yo la que poseía la capacidad para pagar nuestra primicia. Y pese al alto precio, lo pagué, por tener una “pareja”.
Últimamente nos veo más como pareja que como amigos especiales, y últimamente me he acostumbrado a que estés ahí, siempre ahí, a mi sombra y a mi luz, a mis buenas y a mis malas, a mis depresiones y a mis euforias, a mis todos y a mis nadas. Últimamente soy una persona “normal” con una relación de pareja “normal”. Últimamente me has acostumbrado a esto.
Últimamente mis miedos son otros, y son miedos a perder lo que tanto me resistía a querer disfrutar. Te tengo miedo a ti, me tengo miedo a mí y tengo miedo a lo que podemos ser si dejamos de ser nosotros. Últimamente la remota, grotesca y dantesca posibilidad de ser dos y no uno, la posibilidad de mi vida sin ti, es lo que me asusta.
Echo de menos cuando estar sola no me asustaba, cuando era independiente y sentía que sola era más que acompañada. Pero supongo que este nuevo miedo a perderte de una manera seria es el miedo que me toca pagar a cambio de esta vida juntos en pareja que últimamente hemos construido, el cambio de dos a uno.

Vejez de juventud

Su barba era rubia, y es que siempre había sido el típico rubito de ricitos rebeldes. Ahora, la misma mirada, pero más dura, más de hombre, acompañaba a su cabeza casi rapada. Los años de juventud habían pasado por él, pero no por su espíritu. Podías ver esa sonrisa tímida y tranquila de siempre aparecer tras la barba, de aire moderno. Apenas dieciocho años poseía en sus recuerdos, pero eran los años más certeros y ciertos hasta ahora nunca vividos. Había errado, y gravemente en una ocasión, pero sabía como pilotar su avioneta y caminaba muy tranquilo rumbo a un futuro que había decidido no decidir. Hablaba poco, con inteligencia y sin prepotencia, y en confianza…en confianza era digno de merecer el amor de casi cualquier mujer que supiera descubrirle y admirarle. La seguridad que transmitía su seguridad te hacía que inevitablemente tuvieras que pararte a pensar en tus acontecimientos, y pese a que sin duda habían estado muy ligados a un pasado común, eran completamente distintos y dirigían a destinos completamente opuestos. Su vejez era tremendamente joven, pero sabia, la vejez de un humano de dieciocho años es pura, es prematura y es esperanzadora. Es una vejez revitalizadora.
Nunca supe por qué reparé en él, ni que me hizo admirarle, pero siempre supe, que si otras circunstancias hubieran sido las que me dominaban en aquellos tiempos habría sido capaz de enamorarme de esos rizos rebeldes y ese grave error de su pasado. Es más, era aquel error el causante de que su vida fuera lo que era, pero era ese maldito error lo que yo quería de él, un error que cometió adrede y que pagaba con el gusto del que pasea por la vida sin importarle el desenlace. Yo siempre deseé aquel error.