Relatos de lo excepcionalmente cotidiano

¿Y si tuviéramos marcos de interpretación de la realidad distintos?

sábado, 29 de octubre de 2011

Un par de cafés.

El café con sal abandonado en aquella mesilla de noche daba fe de la tormenta acaecida la noche anterior. Eran ya más noches de las recomendadas las que había pasado sumida en el dolor, el llanto y, finalmente, el alcohol. Ni siquiera Dios podía evitar el sufrimiento, y aquello, aquello era como si te extirparan el alma con un cepo. El vacío era ya demasiado poderoso como para luchar contra él. El dolor lo absorbía todo, su energía, su fuerza, su tesón y cualquier otro resto de lo que un día fue. De nada servían las palabras de consuelo, aliento o los te quieros gratuitos. La única persona a la que creería un tipo de palabras así sería a él, y no estaba. Desaparecido, así, sin más, borrado del mapa, difuminado como la niebla, pero al igual cegador. ¿Cómo se orienta un ciego sin bastón? Pues igual de perdida estaba ella. Sin llamadas, sin noticias, sin aliento, sin esperanza. Pensó que esta última no la perdería nunca, pero sí, también se lo llevó; al igual que se llevó su alegría, sus proyectos y sus sueños en común. ¿Cómo se camina sin saber la dirección? ¿Cómo se sobrevive a una tormenta sin capucha? ¿Cómo se continua después de un punto y final? No hubo palabras bonitas, no hubo mensajes, no hubo, no hubo y, no hubo. Hubo un color negro, hubo humedad, hubo silencio, hubo un maldito eco en la habitación y hubo regalos rotos. Todo eso hubo.
Pero al final de todo eso, hubo un amanecer. Un amanecer gris, por supuesto, pero un amanecer. Y de banda sonora One, de U2…Pero empezó a haber algo. Y entonces hubo un pie resacoso sobre el frio suelo y un jersey tres tallas más grande para calentar el agujero negro, que por supuesto seguía ahí… Y hubo otro café, esta vez sin sal y un ibuprofeno, que, aunque sin la esperanza de que calmara más allá del dolor físico, la alentaba terriblemente despacio hacía algo. No sabía muy bien hacía qué, pero sabía que la respuesta estaba en la terraza. Evitando las esquinas de los muebles, que la noche anterior habían apaleado su cuerpo sin querer, cruzó esa puerta, se frotó los ojos y sí…el sol asomaba tenuemente, igual que sus ganas de vivir…Pero si ese mísero rayo era capaz de calentarla, ¿no habría también otro ser humano capaz de emocionarla, por muy lejano y difuso que estuviera tras la niebla que seguía cegándola? Si algo tienen las tormentas es que por narices tienen que acabar, y aunque las consecuencias hubieran sido devastadoras, seguía viva…y cómo otro gran poeta cantaba, “acuérdate de vivir”, ella se acordó de vivir. Desconociendo el siguiente a paso a dar, consideró oportuno buscar ese teléfono que tanto daño la había hecho y escribió: “Hoy, ya soy sin ti”. El gris del cielo comenzaba a clarear y el próximo paso llamaba a su puerta.

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